8.8.08

13. Estambul: cuando éramos bizantinos

1 de Mayo





Se me abre la puerta del Viejo Continente, tras, eso sí, pagar un visado de entrada en el aeropuerto Kemal Atattürk que pensé no se nos cobraba a los europeos. No es muy caro, de todos modos: 10 euros ó 15 dólares USA. Y se me abre tal puerta, también, dejando otear, como si de un recuerdo de lo que ya pasó más atrás en este viaje se tratara, un rincón de Asia al otro lado del estrecho del Bósforo…
Veinticuatro horas antes, el debut europeo tuvo un fugaz preámbulo en Londres: me escapé tres horas por el centro de la capital británica, durante la conexión aérea entre Tanzania y Estambul. Y, bueno, la cosa es que pasar, en apenas un día, de las escenas de pescadores en la costa swahili de Bagamoyo y las sonrisas blancas en jetas negras, a los diez grados o así de las Casas del Parlamento, y al amigo Nelson en Trafalgar Square, pues, en fin…
A mi llegada a Londres, había preguntado en la ventanilla de información hotelera acerca de posibles alojamientos cercanos al aeropuerto: los precios que, impertérrito, me anuncia el circunspecto funcionario son de los que levantan el flequillo a la estatua de Pedro I el Cruel… Así que no hay duda: volveré a Heathrow a pasar la noche en el mismo aeropuerto; además, mi vuelo de la mañana siguiente hacia Turquía exige estar en el mostrador de facturación bastante tempranito.

Así que una vez de regreso allí, y tras deambular varios minutos tratando de hallar algún rincón propicio para abandonarme a unas cuantas horas de sueño reparador, doy finalmente con lo que buscaba en un discreto rincón enfrente de la zona de embarque bussines de British Airways, al otro lado de una especie de biombo que oculta un reluciente sofá como de skay, o similar. “Ferpecto; ahí me voy a marcar una clapada que no se la salta un dragón de Komodo, Quasimodo…”, pienso medio relamiéndome, pues no contaba con hallar una suite de tamaño atractivo y presunta comodidad.
Y así fue: dejar el calzado debajo del sofá y colocarme la mochila pequeña a modo de almohada fue todo uno. (La mochila principal la dejé al llegar en facturación, tras un ‘sablazo’ endemoniado, lo mismo –lo del ‘sablazo’- que al adquirir un billete de metro ida/vuelta al centro de la ciudad..).
Y ya no desperté hasta aproximadamente las seis de la mañana, cuando, a la llegada de los primeros empleados del turno matutino, un par de (eso sí) amables empleadas de facturación de British me zarandearon unos segundos para preguntarme si era poseedor de un billete bussines de la compañía… Fueron siete horas de sueño ininterrumpido (hasta ese momento, pero bastó y sobró), y además, gratuito. Si se lo imagina la tarde-noche anterior el mendas aquél que me informaba de los hoteles cercanos a Heathrow por 189 libras esterlinas la noche, el muy majadero… (je; lo digo como si él tuviera la culpa…).
Bueno, pues a la mañana siguiente, y con un retraso de casi dos horas que ni Blas nos explica a qué se debe, salimos por fin rumbo a Estambul.

Caos a la llegada, ya por la tarde, pues casi todo el mundo se hace un lío con lo del visado ése que hay que ir a pagar a otra ventanilla antes de proceder al control de pasaportes. Y se trataba de una buena muchedumbre, sí, la que abarrotábamos a esas horas el aeropuerto, procedentes de Londres y otros puntos..
Bueno, pues me dispongo a estrenarme en esta famosa ciudad por la que nunca antes deambulé. A ver si hallamos correspondencia entre “el ruido y las nueces”, a ver si se extrapolan a la realidad las espectativas que se suele atribuir a este histórico crisol de culturas, la antigua Constantinopla de dominio otomano y anterior capital del imperio romano de oriente; el antiguo emplazamiento de Bizancio… A ver, a ver…
Desde las ventanillas del bus que nos transporta desde el Kemal Atattürk hacia el centro de la ciudad, me llama la atención la ingente cantidad de hoteles, de aspecto más bien humilde (aparte de los lujosos, que también ‘comparecen’) que observo por casi todos los barrios que vamos atravesando. El bus realiza una única parada (…”tiene gónadas, el tema”, pienso), de modo que decido alojarme por esa zona en la que todo el pasaje debemos descender, Beyoglu-Besiktas, en la parte europea, y al otro lado del Cuerno de Oro (esa especie de bahía ‘afluente’ del estrecho del Bósforo) con respecto a la zona que alberga todo el “monumenteo” famoso de la ciudad.


Mil hotelillos por ahí; a la segunda intentona digo “sí, quiero”: hotel ‘Consta’, unos 12,50 euros por una habitación bastante digna, y con el baño dentro. Me parece un pastón, tras lo “mal acotumbrado” que vengo después de pagar auténticas ridiculeces por las pernoctas en la mayoría de los países que he recorrido en los meses precedentes. (Sólo Mozambique fue más carillo de lo que esperaba, y en Hong Kong era de esperar). Pero también es cierto que aquí, en Estambul, me planteaba previamente precios incluso más altos por la ‘dormida’.
Y nada, desde el día siguiente (pues hoy he llegado ya muy avanzada la tarde) me lanzo a por lo clásico de esta mítica urbe, temiendo quizás agarrar cierto “complejo de turista” estos días, que no es precisamente la filosofía de esta peripecia viajera de varios meses que ya empieza a afrontar la definitiva de sus etapas…
Así que, sin grandes detalles (imagino que muchos de vosotros ya habéis ‘desfilado’ por esta plaza, además), ahí ‘deposito’ la retahíla de coordenadas por las que pudo vérseme la cabellera estas jornadas (…la cual, por cierto, anda ya más profusa y nutrida que la que “lucía” por Nicaragua, allá por los finales de enero):

1) TORRE GÁLATA – Levantada hace seis siglos y medio. De 62 m. de altura, es uno de los principales miradores de la ciudad europea. Fue renovada hace pocos años. En lo alto tiene una galería que hace las veces de mirador.












2) MEZQUITA DE SOLIMÁN – Del siglo XVI; construída en honor del famoso sultán Solimán el Magnífico. Es una de las más imponentes de la ciudad; vista desde la Torre Gálata, su perfil domina la silueta de la ciudad. La visión de su conjunto de cúpulas sobrecoge tanto desde dentro como desde el exterior. Junto al edificio principal de la mezquita se hallan los mausoleos de Solimán y su mujer principal, ‘Roxelana’, quien también tuvo gran influencia en los asuntos de estado.




3) MEZQUITA AZUL – La otra gran mezquita de la ciudad, tan impresionante como la anterior. Erigida en el siglo XVII, “empató” en su momento con la mezquita de La Meca en cuanto a número de alminares: seis. Por esta razón hubo de construirse uno más en ésta última, para subsanar tal ‘sacrilegio’. El interior de la Azul destaca por su conjunto de azulejos, alfombrado rojo y lámparas colgantes.

4) HAGIA SOFIA – La iglesia de la “Santa Sabiduría”. Principal emblema de la ciudad. Lleva casi 1.500 años de pie, dominando el casco antiguo de Estambul. Fue la mayor iglesia de la cristiandad, con posteriores retoques de corte bizantino, hasta que tras la toma de Constantinopla por los otomanos (s. XV) pasó a convertirse en la mezquita del sultán Mehmet II. Desde 1.935 es un museo. Sus cuatro imponentes alminares (recuerdan a misiles soviéticos o proyectiles espaciales,a primera vista) y su mampostería rojiza le otorgan una majestuosidad deslumbrante.




5) “BASILICA CISTERNA” (YEREBATAN SARAYI) – “Palacio subterráneo” que data de la antigua Bizancio (s. VI). Es un recinto bajo tierra que se construyó para albergar el sistema de cisternas de agua que debía abastecer la ciudad. Hay 336 columnas tremendas de piedra que desde entonces soportan la techumbre del recinto. Casi en la base de dos de ellas se encuentran las tallas de las dos enigmáticas “medusas”, una de ellas invertida. La instalación se visita en penumbra sobre una serie de pasarelas de madera que la recorren.












6) PALACIO TOPKAPI – También construído por encargo del sultán Mehmet II pocos años tras la conquista (s. XV), se convirtió en uno de los puntos álgidos del mundo durante el período de máximo esplendor del imperio otomano. Fue el centro gubernativo del imperio, y residencia del sultán, de su harén y de su tropa de élite. Consta de un sistema de patios, jardines, salas de exposiciones de elementos de época, y habitáculos con identidad propia (como el famoso harén y las cocinas-museo), que hacen de la visita un recorrido de no menos de cuatro horas, si no se desfallece antes.. Las vistas marítimas son privilegiadas desde algunos de los patios, dada la ubicación del conjunto en el extremo peninsular bañado por la confluencia del Cuerno de Oro, el estrecho del Bósforo y el mar de Mármara. De obligadísima visita si se acude a Estambul (…como todo lo anterior, en realidad..).













7) GRAN BAZAR – También comenzado a construirse desde los primerios tiempos del imperio, es hoy un laberinto interminable de calles donde se pueden realizar las compras más inverosímiles imaginables. Tiene diecisiete puertas de acceso, varios kilómetros cuadrados de superficie, y está ordenado de un modo tradicional, en “barrios” según los distintos gremios artesanales. Es conocido por las ‘gangas’ que los clientes pueden obtener, sobre todo en lo referente a prendas de cuero, pequeñas joyas y hasta alfombras. Se halla en el corazón de la ciudad antigua. Y está techado, por supuesto.

8) BAZAR EGIPCIO (“BAZAR DE LAS ESPECIAS”) – Un imponente muestrario de toda clase de semillas vegetales y, sobre todo, de especias del medio oriente, de gran colorido y expuestas en ‘forma de montaña’, en muchos casos. También, de dulces típicos, delicatessen diversas y todo tipo de frutos secos imaginables. Toda una tentación cuando se desfila por sus callejas. Es mucho menor que el Gran Bazar.

9) RECORRIDO POR EL ANTIGUO BARRIO JUDEO-CRISTIANO – Para despedirse de la ciudad. Es un paseo de varias horas a lo largo de los vericuetos de los actuales barrios de Fener y Balat, a orillas del Cuerno de Oro. Fueron barrios de presencia judía y cristiana durante el imperio otomano; hoy albergan inmigración de áreas rurales y minorías kurdas, y también fue asentamiento de griegos y armenios. Quedan vestigios de toda esa variopinta presencia: Patriarcado Ortodoxo griego; Iglesia de Chora (primero bizantina, después mezquita-museo); Biblioteca de la Mujer; Santa María de los Mongoles; la antiquísima Muralla; Palacio Tekfur… Perderse durante horas por sus estrechas y laberínticas calles, observando las costumbres cotidianas de sus humildes habitantes de hoy, es toda una inmersión en una de las zonas más curiosas y quizá no muy conocidas del Estambul actual.












Y bueno, si decía que entre mi llegada a Yangon (Myanmar; primera semana de febrero) hasta mi último día en Mozambique (mediados de abril), transcurrieron dos meses y medio sin hallar un solo compatriota, en apenas cuatro jornadas en este rincón euro-asiático creo que pude llegar a escuchar, cada tres por dos en todos los lugares a visitar, acentos que creo representaban a todas y cada una de las comunidades autónomas hispanas…










Bosforete y yo


Y, enfin… ya prácticamente Europa, por aquí..., y, sí,…: ¡el factor humano, que me lo han cambiao..! Sí, gentes algo rudillas, estos ‘estambulianos’; con la amabilidad de alguno teniendo que compensar cierta hosquedad de unos cuantos más… (Y es que –por fortunísima…- vengo igualmente “mal acostumbrado”, también, en este aspecto, y tras los meses anteriores…). Curioso, y como mención especial ‘ganada a pulso’, el caso de quienes regentaban alguna ventanilla con el rótulo “Information”: o su inglés apenas iba mucho más allá de devolver el Good morning –cunado se dignaban devolverlo, que sólo a veces…-, o se cabreaban a las primeras de cambio si se las pedía por favor resolver alguna duda concreta, como por ejemplo las diferencias entre las clases 1ª y 2ª a la hora de comprar el billete de tren donde rezaba “International tickets”, dado que las indicaciones escritas que acompañaban venían sólo en turco.
Así y todo, conseguí componérmelas para, en mi cuarto y último día aquí (y primero de mayo, a la sazón), adquirir un billete de tren nocturno para partir rumbo a lo profundo de Europa oriental. Empezaremos por la pseudo-desconocida Bulgaria. Y la línea férrea en cuestión, a bordo de otro pedazo de historia sobre ruedas, ejes y raíles: el Expreso del Bósforo, ¡ahí es nada..!

¡Nos vemos, jóvenes!

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