7.8.08

18. Ostras con Ucrania...

20 de Mayo





He llegado caminando, tras aproximadamente un kilómetro y medio, desde la frontera –tras salir de Rumania- hasta el primer y pequeño pueblo en territorio ucraniano. Cae la tarde y debo intentar llegar a Berekhovo, a unos 50 kms., población grande desde donde al día siguiente podría enlazar con L´vov, la ciudad más atractiva del oeste de Ucrania y desde donde, a su vez, podría ya tomar más tarde un tren con destino a Cracovia, Polonia.
En el pequeño pueblo ya me hacen entender que, a esas horas, únicamente haciendo auto-stop (por aquellos pagos se estila bastante) podría alcanzar hoy mismo Berekhovo. Lo intento, a la salida de la población, durante unos veinticinco minutos, pero allí no para ni el gato.
Los vecinos de una vivienda cercana a donde yo me encuentro me indican “..hotel” “siete” (marcando con los dedos) “kilometru”. Bueno. Parece que será la opción más razonable. Tras ofrecer una propina (pude cambiar moneda rumana sobrante por ucraniana en la frontera), me disponen de un vehículo y conductor para acercarme hasta el alojamiento en cuestión, que se encuentra también a la entrada de otro pequeño pueblo.
Al llegar, efectivamente, adosado a la carretera se encuentra un flamante ‘Restaurant-Hotel’, regentado por una no menos flamante y escotada rubia, de quizá poco más de cuarenta años; clásica exhuberante mujer de corte ‘soviético’. Acompañándola, está también una quinceañera de asombroso parecido a la anterior, también escotadita, que ‘promete’ convertirse en un bellezón despampanante de aquí a un par de telediarios. Y yo allí, hecho unos zorros con el mochilón y medio, sudoroso y con gesto de ‘ecce homo’ tras las peripecias fronterizas vividas en la tarde de hoy.
Automática y unilateralmente, ‘clasifico’ a ambas mujeres como madre e hija, sin conceder lugar para las dudas.
_Good evening! …Hello! (“…jobar, pregunté cómo se dice ‘gracias’ en ucraniano, en el pueblo anterior, pero olvidé hacer lo propio con respecto al saludo”…)
_Mmm. –obtengo como respuesta de la mayor de las féminas, quien me mira lacónicamente sin un solo gesto de atención o cumplimiento. (“Vaya, guapas serán, pero parece que simpáticas no lo van a ser tanto…”, pienso).
_Mmm… Hotel..? Here..? I’m looking for a place tonig… (¿Puedo pernoctar aquí, ando buscando un lug…?)
_Ne. _me interrumpe con sequedad, mirándome con gesto impertérrito.
_…No…? …Is not hotel, here..?
_No; no hotel.
_But…why..? Is it closed..? Is it full..? (¿Pero por qué..?¿Está cerrado, o lleno..?)
_No hotel. _Las dos pájaras me miran con una sequedad casi insultante; me da como la sensación de que se regocijan al advertir mi frustración. La madre señala con el índice hacia el techo, donde supuestamente están las habitaciones en el piso superior, y a continuación hace un gesto juntando y separando ambos brazos, que yo interpreto algo así como “la cosa del alojamiento no está en funcionamiento”.
_¡¿...Y qué hago yo..?! ¡¿Dónde demonios duermo yo hoy..?! (ya no recuerdo si dije esto en mi idioma o en inglés –en ucraniano seguro que no…-, pero da igual; no iban a entender las palabras en ninguno de ambos casos, aunque sí captaron claramente el mensaje a través de mi lenguaje no verbal.
_ Мпгжфж… (Mpgfhh…). (La madre hace un gesto soltando un brazo, haciéndome claramente entender “¿y a mí que me cuentas, macho..? Lo que es seguro es que aquí va a ser que no”). Y ambas siguen mirándome con sendos rostros de rancia sequedad, que me hacen por un segundo ponerme a pensar si no propiné a las dos una patada en sus respectivas espinillas a modo de saludo, cuando entré por la puerta, y se me hubiese olvidado ya…
Pues nada, Juanchete, hay que irse p’a la calle y buscarse la vidilla. Pequeños pasajes de la aventurita de viajar, ¿eh..?.
Y lo que no dudo en disponerme a poner en práctica es lo que tentado anduve de hacer en el pueblo anterior, cuando pasaban los minutos y ningún automovilista parecía tener a bien marcarse un detallito con este sufrido peón de la ruta y el macuto. Esto es, comenzar a llamar a las puertas de las casas particulares, exhibiendo un puñado de billetes del país, y solicitar mediante la gestícula un habitáculo en donde pasar esa noche que a punto estaba ya de empezar a caer.
Acercándome sin más demora ni vacilación hacia la primera de las puertas que atisbo, enfrente justo del local que a punto de una buena ‘mala uva’ acabo de abandonar, topo con un par de señoras, de edad ya más bien avanzada, que están conversando. Tras acercarme y saludar con un simple “Hi!”, señalo al hotel (¿?...) de enfrente e, imitando el gesto de la ‘amable’ rubia exhuberante (que ya me lo parece menos, lo de exhuberante..), les intento hacer entender que allí no me permiten pernoctar. Acto seguido, saco 3 billetes de 20 unidades de moneda ucraniana -algo menos de diez euros al cambio- (en los días que estuve allí no me preocupé de aprenderme el impracticable nombre de la divisa en cuestión) y, señalando la casa y adoptando con las manos juntas y extendidas junto a un lado de la cara el inequívoco gesto de dormir, procuro que comprendan el mensaje que en principio debería ser suficientemente evidente.
Las dos señoras, que interrumpieron su charla para dedicarme su atención, intercambian varias miradas de sorpresa y desconcierto. Debe de ser una situación bastante insólita el hecho de que, en aquel remoto paraje, un extranjero que no habla ‘ni papa’ de la lengua local esté buscando un lugar donde dormir en la casa particular de quien sea, y parezca dispuesto a ofrecer dinero a cambio. Tras unos segundos de vacilación, la propietaria de la casa me hace señas de que la siga, y me conduce hasta el interior. Su sorpresa va a continuar cuando beso su mano en señal de sincero agradecimiento (acompañando gestos de satisfacción), y le entrego las sesenta (----) ucranianas cuando me muestra el habitáculo donde podría pasar la noche, una pequeña habitación con un sofá de generosas dimensiones…
Bueno, parece que he salvado los muebles en cuanto al asunto de la ‘piltrada’,… ¡pero además hay que comer! Por un lado no me apetece volver al restaurante (¡…en el caso de que sí lo sea, ya que hotel, no!) de las ‘simpáticas’ rubias exuberantes, aunque por otro no vería con malos ojos el pasarles por los morros el hecho de que he tardado quince segundos en encontrar una cama tras salir de su local, cuando hasta parecía que se alegraban de que allí no pudiera quedarme (siendo, desde luego, el único alojamiento público del pueblo). De todas formas, tampoco tiene pinta de que en aquella única calle “principal” existan más locales donde conseguir algo para ‘menear el bigote’.. Así que nada, regreso de nuevo a reencontrarme con mis dos amigas.
 "...La verdad es que atractivas están un rato", no evito volver a reconocer nada más entrar por segunda vez, y, ante sus expresiones de sorpresa al verme allí de nuevo, les pregunto de inmediato:
_ And food…? (¿Y ‘pitanza’…?). Can I eat something here..? (¿Voy a poder ‘papear’ algo aquí... -o qué…-?)_ Y, claro, acompaño con el clásico y universal gesto de llevar la mano repetidas veces hacia la boquita, en aras de que me entiendan lo necesario.
_ Дa… (Da…). Соуп… (‘soup’…)
“Júeeer…, con la gazuza que me traigo.." (a mediodía apenas tuve tiempo de morder un par de frutas que pillé en un mercado, en Sighetu..), "..y estas pájaras sólo me van a ofrecer una vulgar sopa…”. De cualquier modo, y ante la experiencia de un cuarto de hora antes, no me fiaba ni medio duro de que la cosa fuese ahora a resultar como la del intento de ‘dormida’… Así que decidí dar por bien empleado lo de la cоуп (‘soup’)
_ Ok, pues soup, please (tampoco había indagado aún cómo se dice el ‘por favor’ en ucraniano..).
Por fortuna, la sopa en custión tratose de una especie de potaje bien consistente, servido en un cuenco hondo con una capacidad más o menos doble en relación a nuestros platos soperos clásicos. Y me trajeron como acompañamiento media barra de pan parcialmente cortado en rodajas, junto a un plato con una generosa presencia de queso blanquito, de ése de untar. Regué todo ello con una cerveza local de medio litro, como son allí, escogiendo entre las exhibidas en una nevera del bar, y me pegué un festín con el que apenas podía imaginar contar un cuarto de hora antes. La verdad es que el potajito –o lo que fuera; llevaba de todo- estaba excelente; con el vacío estomacal de que hacía gala, hasta el pan y el Philadelphia aquél me parecieron también sendas delicias tur… ucranianas.
Pagué una cuenta mucho menos abultada de lo que calculé previamente (unos tres euros y pico al cambio; ya había oído que el país era bastante barato), y ya en la barra narré a las dos mozas como pude que había encontrado dónde dormir a las primeras de cambio. Quisieron saber dónde, y cuánto había pagado. Intercambiaron expresiones de desconcierto, que no supe muy bien –ni intenté- cómo interpretar…
Eso sí, en una charlilla unos minutos después con la más joven de las dos damiselas, ella me refirió (conseguimos entendernos como pudimos) que no existía el menor vínculo de sangre entre ambas. Así que, ¡olé por mis dotes diagnósticas -y fulminantes- sobre parentescos humanos..! (Pero ostras, es que eran un par de gotas de agua pese a la diferencia de edad, las muy puñeteras..).

Berekhovo – A primera hora de la mañana siguiente (pero muy a primera), un autocar como de los años 50 me traslada a la ciudad de Berekhovo, en un trayecto de una hora de duración. Dado lo temprano del momento, me dirijo a la estación de tren con idea de enlazar con L’vov, la ciudad más interesante del oeste ucraniano, y, ante todo, el puente principal de acceso a territorio polaco. Son las siete y media de la mañana cuando llego a la estación, y tomándome un café y una especie de croissant en la cantina de la misma, observo en ella a los rudos ferroviarios atizándose chupitos de vodka diluídos acto seguido con generosas dosis de cerveza. “Maemía –pienso-; me calzo yo todo eso a estas horas y me se hace un agujero en el estómago del calibre de una sandía…”.













No hay trenes a L’vov. No hay horarios expuestos con una mínima lógica: capto bien los nombres escritos en cirílico, pero las supuestas horas de partida o llegada de trenes están indicadas con dígitos como 26/05 ó 32/10. “Pues a ver cómo lo hacemos; en mi pueblo me parece que las horas del día son 24…”. Nadie habla inglés; nadie me puede descifrar el entuerto. La señora que atiende la ventanilla de ventas de billetes sólo me hace gestos identificables como que desde allí no puedo viajar directamente a L´vov. “Нчоп, Нчоп, 14:10” (“Nchop”, a las 14,10), es lo que me hace entender señalando alternativamente el nombre de una población en un mapa y su reloj. Es un pueblo que se encuentra en el camino hacia L´vov. “Ok, pues nada; iremos para allá a las 14,10”.


(Autobús 'archipiélago Gulag'...)

Una hora y pico antes de la salida, comprando algo de comida en un supermercado local, vuelvo a toparme de bruces con la ‘amabilidad’ ucraniana al recibir un insolente berrido-rebuzno de la cajera (acompañado de una mirada atiborrada de hostilidad), interrumpiendo como respuesta mi discreta solicitud de revisar un momento la cuenta que derivaba de mi compra, al pensar yo que se había equivocado a su favor. “Joer, ya voy teniendo unas ganas de abandonar este país que no sé a quién contárselo primero…”.
De vuelta en la estación del tren, otro lío: no hay modo de averiguar en cuál de las cuatro vías he de situarme para subir a mi tren. Probando suerte en una de ellas al azar, vislumbro sentada en un banco del andén a una joven rubia, de nuevo más bien guapita. Debe de ser una estudiante, a tenor de su aparente edad y de la pequeña mochila conteniendo algunos libros que lleva consigo. Decido acercarme a ella, recelando que, además de no hablar inglés, muy probablemente me podrá ‘dedicar’ una nueva muestra de ‘exquisita amabilidad’ a las que me están acostumbrando algunos (…algunas, hasta el momento) autócton…as en estas apenas veinticuatro horas que llevo por el país. Pero no me queda otra.
- Good afternoon; do you speak english, please..?
- Mmm.., german…, german…; ne english… (y hace un gesto con los dedos, acercando el pulgar al índice, queriéndome dar a entender que de ‘english’, muy poquita cosa).
Pero me lo ha dicho sonriendo, algo tímidamente, y con expresión y gestos amables, incluso casi como de disculpa. Por un instante, hasta me ha recordado a mis añoradas chicas filipinas, de hace ya dos meses atrás (…dorados tiempos, aquéllos…). “Vaya, esto me parece casi una sorpresa…”, pienso de inmediato. Lo cierto es que, lamentablemente para mí, he venido comprobando desde que ingresé en esta Europa del Este, ya desde la primera noche en Bucarest, que el personal (y sobre todo las ‘muchachuelas’, que en muchos casos todo lo que tienen de atractivas –que suele ser bastante- lo tienen también de ‘sobradas’, de ‘estiradillas’) pues eso, que no hace gala precisamente de una cortesía ‘deslumbrante’ para con el visitante. …Al menos, para con ‘este’ visitante… Aunque, siendo justos, debo de reconocer también que he topado con casos claramente opuestos. Gratas excepciones que oponer a la aparente regla. Y parece que ahora podemos estar ante otra de éstas.
La joven rubita, exhibiendo en todo momento unas grata amabilidad y buena voluntad, consigue hacerme entender en su rudimentario inglés, y apoyándose cada pocas palabras en su más trillado alemán, que el tren que pasa por esa vía es el que yo debo tomar camino de Nchop. Mientras esperamos la llegada del convoy, voy entablando una animada conversación con ella, tratando de hacerme entender acompañando las frases sencillas en inglés con cuantos gestos y mímica soy capaz de imaginar. Le narro acerca de mi ya prolongado viaje por cuatro continentes, y le muestro cientos de fotos de mi cámara digital. Ella, que se llama Monika, alucina con el relato y las imágenes, en especial las del este africano. Cuando llega su turno de contar algo de sí misma, ‘desembucha’ el secreto que permanecía oculto hasta ese momento: “Yo no soy ucraniana; soy húngara…”. “¡Acabáramos!…; ya me parecía a mí sospechosa de repente tanta amabilidad…”. En esa zona en la que me encuentro confluyen las tres fronteras (Ucrania, Eslovaquia y Hungría), y muchas personas oriundas de alguno de los tres países residen al otro lado de la frontera, en uno de los otros dos.










Cuando llega el tren, subimos ambos a dos asientos contiguos. El trayecto hasta Nchop no dura mucho más de unos veinte minutos (…tanto lío para encontrar un tren, con lo cerca que estaba este destino…). La sencilla simpatía de Monika y la complicidad que hemos ido elaborando hace del recorrido el mejor momento del día para mí. Cuando el tren se detiene en la estación de mi destino, ella continúa viaje hasta el suyo, la siguiente población. Nos hemos intercambiado los correos electrónicos antes de bajar yo del tren; he pensado que querré enviarle varias de mis fotos del viaje, además de ésa que le he hecho en la estación y en la que sale tan guapa. “Lástima que le doble en edad; …si no me parece que mando Nchop al demonio y me largo con ella a donde sea esta tarde…”, no evito pensar cuando desciendo al andén…












L’vov – Tras una tarde y noche sin sobresaltos en esta tranquila población de Nchop (que cuenta con unos pseudo-faraónicos fachada y hall de su estación ferroviaria, la cual, por el contrario, se muestra desangelada en cuanto a viajeros a pesar de tales dimensiones), a la mañana siguiente vuelvo a la carga con la imagino que ardua tarea de tratar de averiguar la manera de continuar camino hacia L’vov. La señora de la ventanilla de la estación no habla inglés (of course). Y el panel con los horarios de los servicios ‘vuelve a las andadas’: identifico bien los nombres en cirílico (Кйев; Л’вив), pero la cosa de las supuestos horarios continúa en su peculiar enigma: 26/16 ; 32/05. “Ostras qué caracho, tú…”.
Es la sensación que me viene embargando desde la mañana del día anterior, al llegar a Berekhovo. O incluso antes, cuando empecé a ‘hacer dedo’ nada más entrar en el país. Esto es, la de estar inmerso en un farragoso laberinto geográfico que no tiene sencilla manera de ser resuelto. Llevo casi dos días tratando de llegar a una ciudad de referencia del país que no dista más de doscientos cincuenta o trecientos kilometros de la frontera, y no hay forma humana (entre la poca colaboración que suelo encontrar –salvo las honrosas excepciones descritas- y la dificultad de los rótulos en las estaciones) de acertar con el camino más corto o más habitual. Es como estar en La Granja de San Ildefonso o en Tarancón, y que no haya manera de averiguar cuál es la forma más directa de llegar a Madrid. O estar por la Costa Brava, e ídem de ídem con respecto a Barcelona…
Hasta que topo con un alma buena que me va a deshacer el entuerto. Es una señora de mediana edad, amabilísima, que habla un correctísimo inglés y está guiando a un grupo de irlandeses que están a punto de tomar un tren hacia Budapest. La señora, tras mi solicitud de ayuda, no duda en hacer un aparte en su tarea con aquéllos para dedicarme unos minutos, los justos para acudir conmigo a la ventanilla de ventas y hacerme de intérprete ante quien la regenta. Me traduce, con gran amabilidad y dedicación, todo lo referente a horarios de trenes, duración de trayecto e importe de cada tipo de billete. Los irlandeses la reclaman (faltan escasos minutos para que parta su tren), pero la encantadora señora no me abandona hasta que se asegura de que toda su tarea para conmigo ha quedado suficientemente rematada. Se lo agradezco con cuantas frases distintas soy capaz de elaborar, y ella me despide con una amplia sonrisa y todos “sus mejores deseos” para mí.
La cosa queda en que a primeras horas de la tarde sale mi tren hacia L’vov. He comprado el billete más barato: unos cuatro euros al cambio, para un viaje que supera las cinco horas. La categoría del billete en cuestión me da acceso a un vagón pseudo-compartimentado (hay “medio-compartimentos” adosados, sin puertas de entrada a cada uno de ellos, sino directamente abiertos al pasillo común que discurre lateralmente junto a toda la ristra de ventanales del vagón). Es mayoritariamente de madera rancia (asientos, mesas, porta-maletas..); no evito pensar que debe datar de época stalinista, tranquilamente… Los aludidos ventanales son sólo para la entrada de luz, no para ventilación: no se pueden abrir. Y desde mis días de llegada al norte de Rumanía, el clima cambió y llevamos unas seis jornadas de generoso calorcillo primaveral. Es decir, que conforme la muchedumbre va tomando posesión de los compartimentos del convoy, la sensación de agobio y la evidencia de alta temperatura en el interior del vagón se hacen más que patentes.
En una de las frecuentes paradas ha subido al tren un ruidoso grupo de ucranianos de diversas edades, todos varones. En breve, dada la cada vez más alta temperatura que padecemos los viajeros, no dudan en desnudarse de cintura para arriba y dedicarse a caminar con celeridad por el pasillo del vagón, siempre hacia una de las puertas que comunican con el siguiente convoy. Advierto que se dirigen al habitáculo situado entre cada dos vagones en el que están ubicados los servicios (los cuales exhiben un estado higiénico realmente lamentable), donde sí hay una ventana que es posible levantar para que pase el aire. Y allí se dedican a fumar con ahínco y entusiasmo. Por fortuna, respetan la supuesta prohibición de no hacerlo en la cabina principal de cada vagón. Sólo faltaría un ambiente cargado de humo de cigarro en esa atmósfera ya de por sí calentorra y totalmente exenta de ventilación.
Uno de los componentes del grupo de pseudo-nudistas fumadores, un tipo que andará muy próximo a la sesentena, y ‘depositario’ de un rostro de rudísima expresión (que casi ‘deja en pañales’ las de aquellos ‘colegas’ rumanos con quienes crucé la frontera unos pocos días atrás..), con una frontal y amenazadora mirada, un velludísimo tórax y una panza bovina con las que acompasa su decidido caminar, es uno de los que más carreras realiza en pos de la particular ‘tierra prometida’ para fumadores. Cada ocho o diez minutos tras cada vez que regresa con sus compañeros, el hombre vuelve a dirigirse camino del reducido habitáculo, colocándose ya en los labios un nuevo pitillo a punto de encender. Atraviesa el pasillo con una mirada cargada de ansiedad como por llegar cuanto antes a su anhelado destino, y en la que casi se puede adivinar algo así como “…me cargo a quien haya podido osar quitarme el sitio”…
 Entretanto, el paisaje y las estampas de vida rural del suroeste ucraniano vuelven a constituirse en todo un improvisado regalo para las pupilas del acalorado viajero. Lástima que haya que conformarse sólo con el componente visual (que no es poco); y que la pituitaria nasal se ‘quede con las ganas’ de participar del festín, a causa del compacto hermetismo de las ventanas del vagón, pues a buen seguro los aromas serranos que aquélla podría acoger prometían ser cualquier cosa menos desagradables.












Algo pasadas las nueve de la noche, el cansino ferrocarril arriba a la gran estación central de L’vov. El día está ya languideciendo. Yo hubiese preferido llegar al menos una hora antes, para manejarme todavía con luz diurna en los primeros devaneos por una ciudad desconocida y más bien grande como aquélla.
Traigo los datos de un albergue-hostel que busqué previamente en Internet para la cosa del alojamiento: calle Shevchenko, 16. (“Bueno, será fácil de recordar –pensé-; la callecita está bautizada con el nombre del más célebre futbolista del país” –aunque es de imaginar que la dedicatoria de tal dirección correspondería a algún otro ilustre personaje nacional, pero a saber…). Aún en la misma estación trato de indagar, en la ventanilla rotulada “Инжормасзъа/ Information”, si pueden orientarme algo hacia dicha dirección, o si me pueden facilitar algún plano de la ciudad.
- Excuse me, do you speak english (or french…)?
- Ne!! (con expresión tremendamente adusta, y sin dedicarme siquiera una sola mirada)
(Bien,…¿de qué me sonará a mi esto..?)
Nada más salir por la puerta principal de la (ésta sí) atestada estación, observo a una joven que camina decididamente en dirección opuesta a la mía. “Bueno, tiene aspecto de avispada –pienso-; a ver si se pilota un poquito el shakespeariano idioma…”.
- Excuse me, please..! –trato de detenerla cuando nuestros caminos se cruzan. Do you speak engl..?
- Bahhj! –me interrumpe como toda respuesta, haciendo con su mano derecha un aspaviento de absoluto desprecio, como diciéndome “déjame en paz, pringao; no tengo ná que hablar contigo..”, con una expresión de total prepotencia en su rostro y sin detener medio segundo su firme paso.
(Ok, hemos entrado con fantástico pie también en esta población… Qué maravilla de personas, en esta antigua esfera soviética…).
Comienzo a caminar por la gran avenida que parte directamente de la estación en dirección al centro de L’vov. Dos minutos después diviso un extraño edificio de dos plantas donde se puede leer “Хотел / Hotel”. Parece, desde fuera, cualquier cosa menos un lugar donde poder alojarse. Entro, y descubro una especie de bar-cafetería donde no hay nadie más que una señora ya de edad, sentada en una de las mesas destinadas a la clientela, que está absorta mirando una pantalla de televisión sita en un rincón elevado del habitáculo. La mujer ni se inmuta cuando me acerco a ella con ademán de tratar de preguntarle algo, y continúa así cuando trato de averiguar si podemos comunicarnos en inglés. Ni (puñetero) caso. Cuando me dispongo a salir por donde entré, un hombre más joven que vi antes sentado en una mesa del porche exterior junto a un grupo de personas, llega a mi encuentro para averiguar qué deseo.
- Hotel? Here..? –le pregunto.
- Da! ()
Trato primero de preguntarle si conoce la calle Shevhenko. Me contesta con cierta ambigüedad, señalando apáticamente con un brazo en dirección al centro de la ciudad, a través de la ventana del local. No maneja apenas el inglés, así que intento preguntarle más bien por señas cuánto cuesta pernoctar en su local. El hombre me escribe el precio en un papel, indicándolo en moneda ucraniana. Al comprobar que su equivalencia en euros se acerca a los treinta y cinco, dejo escapar un discreto silbido para mí mismo, como diciéndome “ostras…, carillo; tendría que pensarlo…” (y es que mochileando por el mundo, tal dispendio simplemente por una cama se trata más bien de un ‘lujillo’…). No bien ha terminado de transcurrir el segundo y medio destinado al referido silbidillo, cuando el individuo tuerce el gesto en una rancia mueca de desdén, me dedica un gesto gemelo al de la joven anterior batiendo su mano arriba y abajo con infinito desprecio, y sin mediar palabra sale raudo en dirección a la puerta del local, con paso firme y airado como el de quien acaba de recibir una intolerable afrenta personal, para regresar a sentarse a la mesa que compartía con ese grupo de personas en el porche.
(“Magnífico; hoy estoy haciendo un pleno espectacular” –salvo por la encantadora señora que me ayudó esta mañana en la estación de Nchop, la que acompañaba a los irlandeses).
 Trato por un momento de dirigirme de nuevo a la mujer que veía el programa de televisión, a ver si ella es capaz de orientarme en relación a la calle Shevchenko, pero el resultado es (además del esperado) el mismo que el del intento anterior: autismo férreo, aderezado esta vez con un leve gesto manual claramente indicativo de “corta, colega, que estoy concentradita en la telenovela, cosño…”.
Pues nada, vámonos a batirnos el cobre por las ya oscurecidas avenidas de esta ciudad de encantadoras gentes. Al llegar a una especie de glorieta surcada por varias vías de tranvía, trato de preguntarle a otro hombre, de edad todavía joven, en relación al centro de la ciudad. Bueno, la suerte cambia esta vez. No sólo no me manda a tomar por (cu... saco), sino que con claro ademán amable me señala una de las paradas del tranvía, sita a unos treinta metros de donde nos hallamos, indicándome que desde allí podré tomar algún transporte hacia la zona que le estoy preguntando. Y una vez allí, no tengo más remedio que volver a solicitar la ayuda de algún autóctono. Y por fortuna, de nuevo esta vez la cosa va a arrojar un saldo positivo. (Bemoles tiene, me toca pensar, que haya que llamar ‘suerte’ al hecho de que en un lugar del mundo, en un momento dado, una persona parezca presta a cederte un momento su colaboración puntual cuando un extranjero no tiene más remedio que dirigirse a ella para preguntarle algo…).

El caso es que dos señoras, de aproximadamente cincuenta años cada una, y aunque no hablan inglés, se deshacen en ofrecerme explicaciones señalándome el número del tranvía y el trazado aproximado que deberé realizar en él en dirección a la manida calle Shevchenko. Curiosa la bipolaridad que vengo advirtiendo en este país (también, aunque no tan marcada, en los anteriores de esta Europa oriental) en cuanto a la actitud de las gentes: o descarada antipatía (suficientes ejemplos he descrito ya), o todo lo contrario (la señora que me permitió dormir en su casa –aunque fuese porque le pagué-, Monika –aunque era extranjerilla-, la señora que coordinaba a los irlandeses y estas dos mujeres de ahora, en la parada de los tranvías).
Bueno, pues en escasos minutos me planto en el 16 de la calle Shevchenko. Sí, pero… pero allí, de albergue-hostel… ¡ni flores, tú!. Ni mal rastro de alojamiento o nada que se le parezca. Ni allí, ni en los alrededores, por si tuviera mal anotado el dato del número de la calle. La noche ha caído ya por completo, y no sé qué hacer en aquella solitaria y oscurecida travesía.
Una joven rubia se acerca caminando por la acera. “Pues nada, toca tentar de nuevo la opción de solicitar ‘un cable’ a un transeúnte de turno…”. Hay suerte: la muchacha habla inglés, es suficientemente considerada (tampoco me manda al cuerno a las primeras de cambio), y me indica que desde la parada de bus que tenemos enfrente, el coche de línea número 71 me llevará al final de esta calle, donde, tras un kilómetro y pico de recorrido, hay “un hotel”. “¿Sabes si es caro..?”, le pregunto. “Oh, no; no es caro..”. Pues ferpecto; vamos para allá.
El hotel en cuestión, al llegar, me da la sensación de que en principio, de barato tiene aparentemente más bien poco: amplio, elegante y enmoquetado hall, alguna lámpara de araña, generoso y reluciente mostrador de recepción, y joven y uniformada recepcionista. La muchacha, de poco más de veinte años, habla un correctísimo inglés (como en principio cabe esperar ante la apariencia del lugar). Algo temeroso, pregunto por el precio de una habitación individual, tras ser informado de que disponen de plazas. Y hasta casi siento un alivio cuando me informa de que son unos 37 euros al cambio (al hacer el rápido cálculo mental -me lo dijo en divisa ucraniana), pues por instantes temí que la cifra fuese a ser sustancialmente superior… y ya dudo que me hubiese encontrado con ganas de buscar otro lugar, tan lejos del centro y pasadas ya las diez y media de la noche. “Con el desayuno incluído, señor”.
Bueno, pues elegante habitación, pero muy cansado como para salir a tomar algo hacia el centro de L’vov. Así que picoteo algo en el propio bar del hotel y subo raudo p’a la piltra.
A la mañana siguiente, hay una recepcionista nueva, esta vez una señora que sobrepasa claramente la cuarentena. Tengo que preguntarle si sabe qué autobús urbano puedo tomar en dirección a la estación central de buses de la ciudad. “Good morning…”. (Ni me mira…). “Excuse me; do you speak english…?” (..Negación con desagrado sin palabras, meneando la cabeza de un lado a otro, y sin dirigirme la mirada ni medio segundo). Me la quedo mirando dos o tres segundos, esperando quizá que decida recomponer su actitud aunque sea para decirme algo así como “Sorry; …no english”. Sigue revolviendo sus papeles, sin la más mínima concesión y sin abandonar el rictus de ‘cara de culo’ que ha puesto desde mi humilde saludo inicial de buenos días. Esta vez ya no me contengo más: reclamo de nuevo su atención, ahora con un insolente “¡Eeeeeh!” (“¡tú!”), y cuando por fin alza la mirada en mi dirección, le dedico una clamorosa ‘peineta’, esto es, todo un flamante dedo corazón sobresaliendo del resto del puño compacto, con la que al menos trato de desahogarme ante tanto ejemplo de antipatía (aunque no olvido, por supuesto –y menos mal-, las honrosas excepciones que he ido hallando por el camino) que vengo sufriendo desde que entré en este país. Le tocó ser la gota que colmó el vaso. Un guardia de seguridad apostado junto a la puerta del hotel, en el interior, ha contemplado la escena; su mirada y la mía se cruzan cuando paso casi a su lado para abandonar el local, pero el tío muestra una especie de expresión de entre indecisión y perplejidad que deben disuadirle de participar de algún modo. No obstante, yo ya iba predispuesto: “tócame las narices tú también, mamón, y veremos cómo termina esto; que me tenéis ya hasta los mismísimos, casi todos vosotros…”.
Una vez en el exterior, consigo indagar qué bus me lleva hacia el centro. Una vez allí, y con mala uva acumulada y creciente, le casco casi a vuelapluma un par de fotos al edificio de la Opera de la plaza central (uno de los principales reclamos arquitectónicos del lugar) y trato de buscar otro bus que ya sí me lleve directo a la estación internacional de autobuses.









Desde allí ya puedo salir directamente hacia Cracovia, ya en Polonia. Veo a tres turistas orientales (coreanos o japoneses), y como éstos siempre manejan suficientemente el inglés, les pregunto si saben acerca del número del bus en cuestión. Uno de ellos comienza a responderme amablemente, pero uno de sus compañeros le interrumpe para dirigirse a mí diciendo “We are tourists, we are tourists…”. “Ya, ya –respondo- por eso imagino que entenderán el inglés y por eso les pregunto a vds., porque aquí, la gente…”. Y el tipo persiste: “…Que no somos de aquí, somos turistas, que…”. Y ahora soy yo quien le interrumpe a él: “Bueno, tú no, coño, pero tu compañero sí parece que desea ayudarme… ¿le dejas, si no te importa, o qué..?” (“Vaya tela…; ¿vosotros también váis a seguir la “tónica general”, o qué, joer…?”, me toca pensar en esos momentos).
Bueno, la cosa es que tras farragosas ‘negociaciones’ con ellos y otros transeúntes, nacionales ya, al fin alcanzo la estación, donde hora y pico después parte un bus hacia Cracovia.
Harto ya de Ucrania, de sus trabas y ‘amabilidad’ en tantas de sus gentes, salgo del país deseando no tener que regresar nunca más a él, si no es por causa mayor (que en principio, no debería serlo, pero vete tú a saber…).

1 comentario:

José Luis (Leny) dijo...

Impresionante este capitulo Juanlu. Me ha parecido una redacción sublime y que ma ha mantenido en la tensión que debiste haber pasado durante ese día de paso fronterizo, busqueda de alojamiento y pitanza. Genial.

José Luis