8.8.08

15. La 'Pista búlgara'

9 de Mayo





Tras la relatada noche de marras en el Expreso del Bósforo, pongo pie en la estación de Plovdiv, en el centro de Bulgaria, como recién salido de un programa de centrifugado de más de quince minutos (pero menos de dieciocho; tampoco nos pasemos…).
Plovdiv es la segunda ciudad del país; tiene un centro histórico atractivo y bien cuidado, de aire hoy totalmente moderno,











y vestigios romanos como un teatro del siglo II a.C., que se conserva en magnífico estado. Y proliferan los ‘hostels’ y albergues en los que ofrecer al viajero alojamiento relativamente eonómico.

Y no queda lejos del monasterio ortodoxo de Rila, situado en el corazón de los montes del mismo nombre. Fundado en el siglo X, es el lugar más conocido y visitado de toda Bulgaria, y forma parte de la lista del Patrimonio mundial cultural de la UNESCO. Fue también el eje de la resistencia cristiana durante el asedio turco-otomano.











Su fundación tuvo lugar en honor del monje Ivan Rilsky, quien vivió unas décadas antes retirado y dedicado a la meditación en una cueva de las montañas del Rila.

Bueno, pues por ahí me dejé caer durante un par de horas de una mañana de domingo (‘nutridito’ de personal estaba, en tal día festivo).










Y de ahí, a Sofía, la capi. Ya pasé por aquí fugazmente hace cuatro años, camino de la costa del mar Negro, y procedente de unas jornadas de pedaleo por Hungría. Es la clásica ciudad de la antigua esfera soviética que, ya estrenado el siglo XXI,


















compagina el aún gris indeleble de edificios vetustos y callejuelas tristes, con modernas avenidas y centros comerciales y de ocio nada anacrónicos.


















Y tremendas fachadas de edificios oficiales (Asamblea Nacional, Corte de Justicia, Cámara de Industria y Comercio) como mudos testigos del paso de tranvías “del Neolítico”.


Como punto de referencia y auténtico icono de la ciudad actual, destaca la monumental catedral Alexander Nevski, erigida a finales del siglo XIX por el pueblo búlgaro en homenaje a los soldados rusos (también moldavos, ucranianos y rumanos) caídos en las luchas definitivas para la liberación de Bulgaria del poder otomano, el cual había durado cinco siglos, desde finales del XIV.



























Lo cierto es que aunque fuese sólo por la visita a este impresionante monumento, ya merecería la pena detenerse al menos una jornada en Sofía.

Decido quemar las últimas etapas en el país en la montañosa y pintoresca villa de Veliko Tarnovo, ya cerca de la frontera con Rumanía. Es una pequeña y modernizada ciudad que se extiende a lo largo de un serpenteante valle y a orillas de un afluente del Danubio, el Yantra, que describe meandros imposibles alrededor de la población.









Veliko fue capital del Segundo Estado Búlgaro, entre los siglos XII al XIV, y hasta el comienzo del asedio otomano.



Igualmente, es sede de monumentos emblemáticos como el que rememora el levantamiento búlgaro contra el dominio bizantino en el s. XII.





Pero el indiscutible icono de la ciudad no es otro que la medieval Fortaleza Tsarevets. Fue construida sobre una colina que domina la población, entre los siglos IV y VI, sobre un asentamiento tracio (primer pueblo descrito en lo que hoy es Bulgaria) y una arcaica fortaleza bizantina. Se constituyó en el centro gestor del II Reino búlgaro (s. XII al XIV), albergando un palacio real y la iglesia patriarcal, entre otras. Fue pasto de las llamas a la llegada de los turcos, hacia 1.395. Tras sucesivas reconstrucciones (la iglesia presenta un estado impecable) hoy mantiene además una parte de su antiguo perímetro amurallado. Y en fechas de determinadas festividades locales, desde sus muros se proyecta un espectacular juego de luces. (Tuve suerte: una de las dos noches que pasé en la ciudad, “tocó” tal espectáculo lumínico).














¿Estuvísteis algun@ alguna vez en Bulgaria..? Si así fue, quizá recordéis una anécdota 'antropológica' que se convierte en algo significativo en determinados momentos de interacción con el factor humano local. Es la siguiente: los búlgaros asienten con la gestícula moviendo alternativamente la cabeza de izquierda a derecha -como nosotros cuando negamos-, y en cambio niegan moviendo la ídem de arriba a abajo -como nosotros cuando afirmamos. Imaginad el lío sublime y las disparatadas consecuencias que puede deparar en algún momento alguna secuencia concreta de pregunta y respuesta, cuando el candoroso extranjero de turno desconoce todavía esta peculiar variante de lenguaje no verbal. (Algo comencé a sospechar cuando pregunté "Excuse me, do you speak english..?" en una estación de buses, y la empleada me respondió cabeza arriba y abajo, pero después la tronca no soltaba más prenda y daba como por finalizada la conversación en ese punto...).

Y bueno, para ir acabando... ¡éste es uno de los países del cirílico!, esa grafía que aún hoy se usa también en lenguas eslavas como las de Serbia, Rusia y Ucrania. Su difusión se atribuye a los monjes hermanos Cirilo y Metodio (s. IX), aunque no está claro si fueron también ellos sus creadores. Así que ahí me teníais apañándomelas cada tres por dos para acostumbrarme a leer los rótulos de lugares (СОФИЯ –Sofía- o БЪЛГАРИЯ –Bulgaria-), o de vocablos usuales (ВЛАГОДАPИЯ..-“vlagodaria” (‘gracias’)- ; МОНАСТЕРИО –monasterio-, РECTOPAH –restaurante-…).

Telita marinerita…










(A ver quién es el guapo...)




¡Nos vemos en Rumanía, jovenzuelos..!

No hay comentarios: