8.8.08

14. El Expreso del Bósforo

3 de Mayo






Las 21,45 del Dia del Trabajo (...ambiguo y peculiar concepto, éste...) y este ferrocarril de nombre más bien fílmico ya calienta motores antes de abandonar la estacion central Sirkeci de Estambul. Me esperan unas diez horas de nocturno trayecto hasta Plovdiv, en el corazón de Bulgaria.
Al acceder a mi vagón, en búsqueda de mi compartimento-litera, me intercepta el paso una interventora:
-Your passport, please.
Calculando que el cambio de país se producirá en plena madrugada, interpreto en un alarde de optimismo que nos recaban la documentación en el momento de subir al tren para no "darnos la brasa" después, cuando toque llegar a la frontera búlgara a esas horas. No obstante, aprovecho la circunstancia para indagarle al respecto.
-Not; tomorrow, passport stamp tomorrow;...No problem.. -me responde.
"Ok, pues a piltrar como un energúmeno, que hoy ha sido un día completillo", entre el Topkapi y el recorrido a pie de cinco horas por el antiguo barrio greco-judeo-cristiano de la interminable ciudad.
Desde mi reducido compartimento (parece que he tenido suerte; he pagado el billete barato, el de compartir espacio con dos literas más, pero soy el único pasajero en él) escucho voces en español con marcado acento porteño, procedentes del pasillo. En fin, ansioso, tras más de tres meses de andanzas, por no desaprovechar una oportunidad de comunicarme en el idioma "que mejor domino", y considerando el buen rollo habitual que acompaña la interacción con gentes argentinas, salgo para allá de inmediato. Ahí están Germán, en efecto, bonaerense, y Ellie, oriunda de Atenas. Son pareja de tango en la capital griega, donde residen (de todo hay en esta vida), y, sobre todo, dos personas encantadoras. Andan recorriendo también parte del este de Europa durante diez días. Y es curioso: él habla a Ellie en castellano, y ésta responde en griego. Ambos manejan muy bien el idioma del otro.
Un buen rato de grata charla con ellos, y al camastro, a resposar osamenta e ideas. Y con la curiosidad rondando sobre cómo será ”Bulgaria profunda", aunque ya hice una incursión breve por la costa del Mar Negro hace cuatro años.



El incesante traqueteo del Expreso del Bósforo (cuyo destino final es Viena, veintitantas horas después), no me impide zambullirme en un sueño rápido y profundo.
Pero lo "felices que me las prometía" ante una noche de presunta paz, se empieza a tornar no mucho rato después en el comienzo de algo ‘ligeramente’ diferente.
No llevaría congeniando con Morfeo más de una hora u hora y pico, cuando un estruendo endemoniado y escandaloso, de dimensiones (decibélicas) casi bíblicas, rompe el silencio reinante y, por descontado, el sueño colectivo de los pasajeros del tren. “¡Hemos chocao..; hemos chocao..; no puede ser otra cosa..!”, pienso medio en voz alta mientras busco a tientas mi calzado para salir al pasillo del vagón a indagar el estado de las cosas reinante. Y lo cierto es que el tren no se halla totalmente detenido en esos momentos, si bien su marcha se ha ralentizado hasta casi ceder por completo. Lo cual, aún en esos instantes de mental zozobra tras el sueño bruscamente interrumpido, reclama la lógica de suponer que si semejante estrépito de ultratumba se ha debido a una colisión -vaya Dios a saber contra qué-, el convoy habría quedado en forzoso reposo, con o sin descarrilamiento subsiguiente.
Cuando, ya calzado, atino a salir al exterior de mi compartimento, mi mirada de espanto, sorpresa e interrogante se da cita irrevocablemente con las de una buena proporción del resto de pasajeros, que también han salido disparados de sus habitáculos, y en cuyos rostros leo lo que más o menos imagino se debe desprender del mío. Entre ellos, los de Germán y Ellie. La expresión facial que exhibe ésta última prácticamente ‘deja en pañales’ la de Janet Leigh en “Psicosis”, durante el punto culminante de la famosa escena de la ducha. El porteño, que no le va muy a la zaga en cuanto a lo compungido de su semblante, me pregunta “¡…Qué lo parióó… ¿Pero vos sabés qué carajo susedió, pibe…?!
Antes de proceder a explicarle que no tengo la más repajarera idea, aparece de súbito la señora interventora corriendo por el pasillo, abriéndose paso medio a empujones entre la nutrida concurrencia, con rostro también de ansiedad y profiriendo frases ininteligibles (en turco o búlgaro, imagino) acompañadas de gestos que pretenden claramente instarnos al grueso del pasaje a retornar a nuestros compartimentos. Sí se le entiende algún “is ok; is ok..!”, y “no probleme!; no probleme..!”. Pero no atina a esclarecernos un poco más la situación; es inútil tratar a su paso de agarrarla por un brazo para inquirirle algo más al respecto.
Con la incredulidad y el desasosiego aún plenamente instalados en nuestras expresiones, los sorprendidos pasajeros intercambiamos unas últimas miradas de extrañeza antes de retornar lentamente a nuestros respectivos camarotes. Una vez de nuevo en el mío, levanto el translúcido ventanuco del interior para ver si puedo obtener algún dato acerca del ‘evento’ acaecido… Y el paisaje presente me revela, ya a unas decenas de metros más atrás de mi posición, la existencia de unas instalaciones como de una cantera, o una rudimentaria cementera, o algo similar (está precariamente iluminada, la zona). Hay algunos operarios por allí, y por fin diviso lo que parece una gran torre, de apariencia metálica, de unos doce o catorce metros de longitud, derribada sobre el suelo. “¡Carajos; pues ha debido ser eso, entonces…!”. Los operarios deambulan en torno a ella con gestos de circunstancias, como sin saber qué hacer. La torre está tendida en dirección opuesta a las vías; advierto que si llega a caer en sentido contrario no sé si hubiese llegado a alcanzar la posición de las mismas… pero por ahí le hubiese ido.
Es la una y veinte por mi reloj, y retorno al camastro sin evitar pensar en la cantidad de caprichosos percances que te pueden esperar ‘a la vuelta de la esquina’, de la manera más traicionera e incluso surrealista que puedas imaginar… Si efectivamente el estruendo de marras se debió a esta circunstancia (no quedé plenamente convencido, en realidad, aunque tenía pinta de que sí), pues ya ves, Andrés, sucedió cuando el Expreso estaba pasando en esos momentos… No se te tragan los cocodrilos al cruzar el Rovuma casi en piragua en mitad de Africa; no te rajan en Managua o no te atiza un 'talisco' una cobra de anteojos en Myanmar, y vas y la puedes palmar mientras piltras en un tren si se te cae encima un armazón de cientos de kilos justo en el instante preciso… Cosa curiosa, esto del vivir…
Debí tardar veinte o veinticinco minutos en ‘quedar seco’ de nuevo, una vez olvidado el sobresalto. Pero la “alegría” iba a ser otra vez más bien efímera.
Como un par de horas después (efectivamente, las 3,35, cuando miro el reloj), un implacable golpe de nudillos aporreando la puerta de mi compartimento me vuelve a despertar de súbito: "¡Hala, t’os p’afuera, que hay que sellar la salida de Turquía...!" , más o menos brama una voz cuando en medio de la oscuridad atino a abrir la portezuela.
("Pero, carajos, ¿no me dijo esa tronca cuando subí al tren que no `nos darían la brasa` hasta “tomorrow, tomorrow”...? -¡a ver si se refería a que sería más tarde de las 24,00 h., que, en efecto, ya iba a ser `tomorrow`..!").
Pues nada, hala, vamos; ¿qué se puede hacer...? No sería mucho más de 8-10 ºC la temperatura del exterior, en el andén de la estación, donde un desfile de lánguidas máscaras procedente de los vagones nos disponemos a alinearnos ante la ventanilla del control de pasaportes. Allí se suman de nuevo Germán y Ellie, con sendos caretos de decir "esto no se hace, hombree...". También ellos han visto antes la escena de la torre derrumbada y, claro, han pensado lo mismo que yo. Lo mismo sostienen otros viajeros con quienes contrastamos opiniones.
Nada menos que unos cuarenta minutos dura el trámite aduanero en cuestión. De regreso al vagón, decido aún preguntar a la atribulada interventora (cuando -pese a la hora- deja de dar voces en ininteligible idioma a través de su teléfono móvil) si a la llegada a Bulgaria, dentro de pocos kms, sucederá otro tanto.
-Not; no problem, no problem...!
Evidentemente, ya no sé si creerle o no (o si me habrá entendido la pregunta...).
A pesar del sueño "reinante", concluyo con lógica suficiente que será preferible mantenerse despierto hasta pasar el trámite de Bulgaria, el cual habrá de llegar en breves minutos.
...Pero transcurre casi una hora más, y el convoy sigue inamovible en la salida de Turquía. Finalmente, cedo a la tentación de abandonarme de nuevo en un sueño irresistible. Y claro, ya no mucho rato después, se repite el episodio del implacable "martilleo manual" sobre mi puerta.
Aparece un poli con una banderita búlgara cosida en el hombro de su uniforme, solicitando el "passport". Se lo tiendo en el acto (me había dormido con él en la mano..). "Ah, spanyol..; ¡ok!". No hace falta sellarlo; Bulgaria forma parte de la UE desde 2007. "Pues hala, majo, déjame seguir piltrando...", le respondo en voz baja.
El sí me dejó, pero en la siguiente media hora, otras dos veces más se vuelve a repetir la escenita de un oficial búlgaro -uno distinto, cada vez- aporreando la puerta en sabuesa búsqueda del pasaporte.
-"Ah, spanyol; ok..."
En la tercera -y a la postre última, afortunadamente- de tales visitas, ya no reprimo un “..¡bueno, ¿váis a dejar de tocar las p-l-t-s de una vez o qué, joer..?!". (Y en castellano; ya no estaba a esas horas para "elaborar" una protesta-desahogo en inglés -que tampoco la hubiesen entendido, me parece a mí...).
Mi teórica hora de llegada a Plovdiv era las 7,55, más o menos. Unos veinte minutos antes abro un ojo, y, advirtiendo el sueño tremendo que todavía ‘padezco’ (tras la toledano-nochecita transcurrida) no evito por un instante pensar en no apearme en mi destino y continuar hasta Sofía, adonde se llega una hora y media después.
Pero aquel parón adicional de al menos una hora en la frontera de Turquía, después de que todo el pasaje hubiera sellado su pasaporte, y que al parecer no estaba previsto, propició un retraso que me permitió descansar ese tiempo de más antes de la llegada a Plovdiv, ya sobre las 9,10 de la mañana.
Hala, comienza un anueva aventurita de unos diez días por tierras búlgaras, este también pseudo-desconocido país de la antigua esfera pro-soviética. A ver qué tal se nos da la cruzada...

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