7.8.08

17. Más tribulaciones fronterizas

17 de Mayo


Una vez tomada la decisión de dirigirme a Polonia vía Ucrania, voy enlazando unos pocos transportes públicos que en un par de horas, desde Shigetu (en Maramures), me dejan en una pequeña población que dista un kilómetro de la frontera rumano-ucraniana. Desde allí, me dirijo hacia ella a pie , confiando en la posibilidad de que me permitan atravesarla ‘de tal guisa’ y, al otro lado, tengamos ya alguna población desde la que tomar un nuevo transporte público hasta Berekhovo, a unos 50 kms, importante nudo de comunicaciones desde donde podría ya enlazar con L’vov, al día siguiente.




Ni de ñoña, Begoña…, me viene a anunciar el poli rumano del puesto fronterizo, un joven tipo risueño y angloparlante. (Con los dedos de una mano -y casi hasta con los de un muñón…- puedo contar el número de rumanos con los que he podido hablar inglés en estos siete días…). Hay una nutrida cola de vehículos aspirando a cruzar en el mismo sentido que yo. “Los ‘rusos’, que no quieren trabajar, al otro lado…”, me explica partido de risa el simpático funcionario, aludiendo a que son ellos quienes, con su “diligencia”, están fomentando el considerable ‘tapón’. “Tendrá que meterse en algún vehículo de éstos; cruzar walking is not allowed, my friend…”.
El mismo funcionario hace una rápida diligencia y me busca acomodo en el asiento trasero del primero de los coches que pacientemente aguardan su turno para el trámite aduanero. Es de matrícula rumana. “Bunà; mulţumesc” (‘muy buenas, y gracias’) saludo en lengua ‘vernácula’ a los dos ocupantes de los asientos delanteros. Los susodichos resultan ser dos elementos con unas pintas algo así como bastante poco recomendables, aunque, claro está, ello no tiene por qué implicar en principio nada especial. Me piden gestualmente el pasaporte (a las primeras de cambio compruebo que de english, ni papa, los mozos), para reunirlo con los suyos y entregar los tres de vez en la frontera.
Al llegar a la misma línea del lado rumano, tras unos diez minutos, descendemos del vehículo, pues ahí se advierte que la cosa aún va para largo. Estamos en torno a las cinco de la tarde, y yo sigo con la pretensión de poder alcanzar Berekhovo, en Ucrania, esa misma jornada.
Cruzando la estrecha carretera, ahí mismo, una línea de ferrocarril discurre cruzando oblicuamente la frontera entre ambos países. Hay una especie de estación terminal ahí mismo, con un convoy kilométrico calentando motores, como a punto de arrancar desde el lado ucraniano en dirección al rumano.
Fuera del vehículo, y justo al otro lado de la vía del tren, saludo a una policía rumana, joven, guapa y de aspecto tímido y amable (…lo que a mí me ‘mola’ en ellas, ejem –en las mujeres, no sólo en las mujeres policías..). La muchacha ‘se pilota’ muy dignamente el inglés (“magnífico, pues…”, piensa servidor), y, en efecto, hace gala de una discreta sencillez que embelesa en el acto (a mí, por lo menos..). Además, desde que llegué a Europa oriental, han sido también contadísimas, por desgracia, las ocasiones en que he podido interactuar con personas claramente amables. (…Ah, los mágicos días de Nicaragua, Myanmar, Filipinas, Mozambique…; ¿dónde habrán ido a parar..?).
La cosa es que el tren que estaba estacionado comienza su andadura en esos momentos, dejando a un lado el sector en el que me hallo enfrascado en grata conversación con la deliciosa funcionaria, y al otro la ristra de vehículos aguardando turno para cambiar de país, encabezada por el utilitario de mis dos angelitos acompañantes que, diríase, jamás han dado una caladita a un cigarrillo. Y yo allí, obnubilado con la charla informal con esa monada, que me va preguntando acerca de mi ya dilatado viaje por medio mundo, y algo después contándome que vive en Satu Mare, a unos treinta kms de allí (…y yo pensando “joer, como me ofrezcas sitio para pernoctar hoy en tu guarida mando Ucrania al cuerno los días que hagan falta, tú…”).
El convoy en cuestión continúa pasando, arrastrando decenas y decenas de vagones –no de pasajeros, sino de ésos para transportar materiales, pedruscos, qué sé yo-, hasta que en un momento dado, y recordando fugazmente el “ejemplar porte” de los dos individuos en cuyo vehículo he subido, me agacho para ponerme en cuclillas y tratar de otear, por debajo del paso de la interminable marea de vagones, el lado opuesto, donde ellos están.
Y en efecto, mis sospechas se ven refrendadas. Ahí diviso a los dos pájaros de cuenta manipulando alegremente el maletero, donde me ofrecieron depositar mis dos mochilas –la grande y la ‘auxiliar’, la de ‘excursiones’ de un día-, y donde no recordaba yo que hubiese muchos más ‘útiles’ que manipular… El dinero y tarjetas las llevo siempre conmigo, en un bolsillo-cinturón interior, pero no es buen síntoma que los tipos se pongan a ver qué pueden arramblar a la primera ocasión de turno. Sobre todo pensando que seguramente después se dará la ocasión de que continúe con ellos en su coche para adentrarnos los primeros kilómetros por territorio ucraniano. Cuando un tío viaja solo y se le ve con todos sus bultos, no hace falta ser extremadamente sagaz para concluir que todo lo que lleve consigo, lo lleva encima en esos momentos. Nada podría a lo mejor ser más sencillo para ellos, varios kms. después, que (tras dejar atrás frontera y sus correspondientes ‘dosis’ de policemen/…women) aparcar en cualquier descampadete, sacarme del asiento trasero a empellones y decirme “hala, maestro, ve desembuchando hasta los dientes de leche, que te vamos a crujir bien ‘crujidico’ éste y yo…” (en rumano o como quisieran; no serían necesarios grandes alardes lingüísticos para entenderse en tales circunstancias…). La verdad es que los tipos tenían unas pintas de rudos ex presidiarios que ríete tú de las del ‘violador del Ensanche’ o el Santi Potros aquél… (Ya podía haber tenido mejor “puntería” el poli que me buscó acomodo en la fila aquella de coches, pensaba yo… aunque hasta puede que vayan ‘a comisión’, toda la basca, aquí…).
Me da por recelar ya hasta de mi guapa policía, por un momento, aunque perdiéndose en esos ojos azules infinitos, lo último que se le sugiere a uno es que también ella pueda “esconder cadáveres en el armario”… “Ahora sí que me vendría bien ‘dabuten’ que me dieras cobijo hoy en tus aposentos, querida mía… Por lo menos dos pájaros de un tiro me los cargaba, seguro…”.
En fin, la cosa es que por fin termina de pasar el larguísimo tren, se “hace la luz” a un lado y otro de la vía férrea, y entretanto se ha desbloqueado el avance de coches hacia la línea fronteriza por el lado rumano.
Los dos fichajes –que ya habían cerrado el maletero tras su particular redada- penetran en el carro y me hacen señas de que me ‘aplique el cuento’ de inmediato (…”hala, déjate de galanteos con las autoridades que nos alabamos, machote”, parecen quererme decir mientras abren una de las puertas de atrás). Me despido de mi bella advirtiendo en el acto que la última mirada que hemos intercambiado no se me va a olvidar por lo menos en todo lo que queda de tarde, y, unos metros más adelante, procedemos ya a realizar el trámite de salida de Rumania. Este es rápido; ahora hay que avanzar unas decenas de metros más hasta llegar al punto de ingreso en Ucrania. Entregamos los pasaportes, y el funcionario ucraniano nos hace indicaciones para que salgamos los tres del vehículo. “Magnífico” –pienso- “al menos ahora quizá tenga ocasión de comprobar si estos dos gaznápiros me han chorizado la cámara de fotos”, que siempre va en la mochila pequeña.
Pergeño, no recuerdo cómo, no sé qué excusa para abrir el maletero (igual da lo que les diga; no me entienden medio caracho en ningún idioma...) y compruebo aliviado que el artefacto digital continúa allí, enfundado en su ya mugrienta bolsa de plástico, en el fondo de la mochila. Lo hubiera sentido por las imágenes captadas hasta la fecha (en torno a seiscientas, quizá), mucho más que por la cámara en sí. Aunque también es cierto que, de comprobar que no estuviese allí, y con todo aquello lleno de polis por todos lados, no hubiera hallado mejor ocasión para montar un buen pollete allí mismo en aras de recuperar el engendro de marras.
El trámite con los dos pasaportes rumanos se realiza con diligencia (cientos o miles de individuos de las dos nacionalidades deben cruzar a diario esa frontera en ambos sentidos), pero con el documento ‘spanish’ la cosa parece que va a ir más ralentizada. “Wait… a moment…wait you”; uno de los policías parece que se intenta chapurrear un par de cosas básicas en english.
Pasan unos tres minutos, mi pasaporte sigue en el interior de la caseta del puesto fronterizo, y los dos piezas rumanos parecen empezar a dar síntomas de inquietud, como de mostrar cierta prisa. Viendo que la ocasión pinta ‘calva’, les digo, acompañado de gestualización “..if you want, go, go away…”. Parecen estar de acuerdo, de modo que extraigo mis pertenencias del maletero (…menos mal que he ido a dar con éstos en una ‘plaza’ atestada de “maderillos”, no evito volver a pensar) y tras despedirme sonriente de ellos con un nuevo ‘Mulţumesc’ les veo partir sintiendo un buen alivio.
Ya más tranquilo, decido tomarme con calma los ‘dimes y diretes’ que los cuatro o cinco policías ucranianos –cada vez acuden más- parecen tener a bien a vueltas con mi pasaporte. El que hace gala de un ultra-rudimentario inglés se erige en portavoz del resto para hacerme llegar su asombro, curiosidad o recelo en relación a la cantidad de sellos y visados con fecha de 2.008 que adornan las páginas de mi documento (…y aún no hemos alcanzado la mitad del año). El tío me los va señalando uno por uno:
_ “Oh… Nicaragua; … My-an-mar, … also Philippinas, …Hongo Kongo, Mosambi-cabique, …Tansania… hum, …many countrys, you…”
_ Sí; estoy haciendo un viaje largo, este año…
_ Tourisme…?
_ ‘Well... travelling’, más que turismo…













La conversación torna en distendida y más informal cada vez. Hay risas por ambas partes. Nada del rigor policial que suele ser ‘de recibo’ en situaciones así, normalmente. Los payos consiguen hacerme entender que están esperando a no sé qué otra autoridad (“the boss…, boss… coming here”), y que debo esperar hasta ese momento. Entretanto, me van preguntando también algo así como que si en mí país me pagan para marcharme a viajar por el mundo unos meses. “No, no… ¡que más quisiera..! Ahorré dinero y por eso decidí hacer este viaje…”.
En teoría, no hay que pagar ninguna cantidad para ingresar en Ucrania, pero de algún modo, volvemos ‘a las andadas’. Un tío que evidentemente lleva encima todas sus posesiones (el dinerillo, en definitiva), y en este caso una frontera con funcionarios que exhiben un cachondeíllo algo empalagoso, en fin, que no les duelen prendas en hacer ver que allí se ‘procede’ como ellos decidan, en el momento concreto. Y “éste”, que ya empieza a pensar “..joer, ahora estos elementos lo mismo me piden cien euretes para devolverme el pasaporte y permitirme el ingreso al país…”.
Al final, tras unos quince minutos, llega la autoridad a quien estábamos esperando. Es una oronda cincuentona, de carismático porte, una suerte de versión, en femenino, de John Wayne en ‘El hombre que mató a Liberty Valance’. Se le oye chemecar con sus compañeros o subalternos algo así como:
- Гнжалюдо фтъюехя нхфайе..?
- Кзмь, аофжію йгздпра…ъамнф!
- Цейэао?!!
- Дѓыюезжаут…

(y es que hemos vuelto a “territorio cirílico”, tras el paréntesis rumano..).
A mí, entretanto, y a tenor de sus gestos y su expresión –los de la jefa y los de los “mozos”- me parece interpretar de la conversación algo así como “¿…y qué demonios queréis que haga yo si este tipo ha viajado mucho este año..?”; “le habréis puesto el sello, ¿no?”; “¡pues hala, dadle el pasaporte al chaval y no me déis más la barrila, leñe..!”.
Y en efecto, el portavoz sale sonrisa en ristre tendiéndome todo sumiso el documento marrón, añadiendo “You can go, …continue…, next”.
- Ok, ok, thanks..
Bueno, pues tras todo este lío rumano-ucraniano-fronterizo-policial advierto que son ya casi las siete. El primer pueblo se halla a kilómetro y medio de la frontera. Camino hasta allí, sintiéndome libre como mochilero libre, aunque recordando a cada paso las delicias de la poli rumana al otro lado de la frontera…


..Ay, esa poli...

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