7.8.08

19. Polonia: fin de trayecto

24 de Mayo




· CRACOVIA – Mi primera parada en Polonia tiene lugar en la a priori más atractiva ciudad del país, atractivo debido principalmente a la riqueza de su patrimonio arquitectónico.
Antes de llegar, a la hora de los trámites de salida en la frontera de Ucrania, me toca ‘protagonizar’ de nuevo el último episodio surreal que no podía faltar en mi despedida del atribulado país: al policía del mostrador encargado de sellar mi pasaporte le da por recelar repentinamente de la autenticidad de mi documento. El tío lo mira y lo remira, le da doscientas vueltas como si buscara la posición adecuada para proceder a su lectura, y hasta le veo cómo intenta despegar la laminilla de plástico adhesivo que recubre la página principal donde constan los datos de identidad y la foto. Como si anduviera loco por descubrir que el documento está falsificado, o algo por el estilo. (“Joer, ni en Africa profunda me ha pasado esto, macho…”). Después mira alternativamente unas ocho veces la imagen de mi foto y mi careto real y presente, ya volcado “como un solo hombre” en su particular pesquisa. Al cabo de unos tres minutos en estos menesteres, decido al fin mostrarle mi DNI español, señalándole manualmente –pues no hablaba inglés- los datos que podía cotejar con los del pasaporte: nombre completo, número de documento y fotografía. Su compañera policía de al lado, que sí maneja algo la lengua de Shakespeare y Tony Blair, consigue disuadirle y convencerle de que selle el pasaporte, me lo devuelva y se deje de líos raros, “que además hay una cola aquí del demonio, tú, y como nos entretengamos en chominaditas caprichosas…”.
Satisfechete, tras abandonar el 'laberinto ucraniano'...



Bueno, pues que nos habíamos plantado en Cracovia. Al llegar a esta ciudad, aún dura el calorcillo que venimos disfrutando desde los últimos seis o siete días. Pero la cosa va a ser efímera: a las pocas horas de poner allí pie, la climatología cambia: desciende bruscamente la temperatura y comienza una pertinaz e ininterrumpida lluvia que no va a ceder prácticamente ni un minuto en los siguientes dos o tres días.
La cosa de tal lluvia, entre otras situaciones también molestas, conlleva la consecuencia de no permitirme capturar cuantas imágenes del centro histórico de Cracovia hubiese deseado. Ahí os deposito unas pocas que puedan ofrecer una relativa idea (más bien escasa, la verdad, me consta…).
















A unos 120 km de Cracovia se encuentra la ciudad de Oswiecim . El nombre de esta población no resultará en principio familiar para mucha gente, pero seguramente sí lo será el lugar concreto, que se ubica en sus proximidades, y que permanece como vestigio y museo representativo de uno de los episodios más vergonzantes de la historia reciente de la humanidad. (…A menudo me suele costar decidirme a usar la ‘h’ mayúscula al escribir este término; y más aún cuando el contexto es del cariz del de estas frases). Me refiero al campo de concentración de Auschwitz, con su extensión próxima llamada Birkenau.
Actualmente, el lugar está considerado un museo, y la visita por parte del público es gratuita. Interpreté que no se pretende ánimo de lucro por mostrar a los visitantes las instalaciones de lo que fue, hace poco más de medio siglo, el santuario del aniquilamiento de entre cuatro y seis millones de vidas humanas, tras la antesala de hacinamiento, humillación y padecimiento extremo a que fueron sometidos aquellos seres a causa de la sinrazón y total demencia de unos cuantos energúmenos. Sí se paga por contar con los servicios de un guía físico o por alquilar una guía auditiva, disponible en los principales idiomas europeos (y puede que en japonés, también). Igualmente, cobran una entrada barata por asistir, en un comodísimo salón de proyecciones, a la impactante filmación de unos quince minutos sobre lo que fueron varios pasajes de las “vidas”, en aquel infierno, de cuatro o cinco personas de diversas edades y nacionalidades en aquellos días de holocausto y muerte.













Las instalaciones del lugar permanecen bastante fieles a como fueron originalmente, en los primeros años cuarenta del pasado siglo. No se puede visitar el interior de los barracones de los prisioneros (hoy en día creo que estas salas sí se han transformado en oficinas de gestión del ‘museo’), pero sí se pueden recorrer libremente todos los accesos exteriores y algunos interiores, como las salas que albergan los crematorios y cámaras de gas.
La lluvia prácticamente no dejó de caer un momento el día de mi visita; ahí dejo alguna de las imágenes que pude captar:













La extensión de Birkenau, sita a unos tres kms. de Auschwitz, se construyó cuando las instalaciones de exterminio del campo principal fueron alcanzando crecientes niveles de saturación. Unas vías de tren que todavía permanecen, allí, en Birkenau, marcan la siniestra senda por la que aquellas masas de desheredados eran conducidas a otros crematorios, cuyos vestigios hoy presentan un estado ya bastante más decadente. Casi mejor…















· ZAKOPANE – Esta pequeña y turística ciudad se halla al sur del país, más o menos en la vertical de Cracovia, ya en la misma frontera con Eslovaquia. Está en el corazón de un área montañosa de gran atractivo, el Parque Nacional de los montes Tatras, y alberga una de las más conocidas estaciones invernales de esquí de Polonia.
Me acerqué a ella un par de jornadas, por recomendación de una de las amables chicas de la recepción del albergue en que encontré alojamiento en Cracovia, los días anteriores. Bueno, estuvo bien la visitilla, sobre todo porque me permitió agenciarme un par de gratos paseos entre frondosos bosques de helechos, coníferas y otros grandes ejemplares arbóreos. Verdor y humedad para dar y tomar. Humedad, sí… la pertinaz lluvia siguió casi sin dar tregua en los dos días que me dejé ver por allí.
Con más tiempo y previsión (y sobre todo, con un calzado adecuado, del cual yo carecía), la zona es propicia también para acometer el ascenso a alguna de las imponentes cumbres montañosas que circundan el área que rodea Zakopane. Algunas de ellas disponen de rutas marcadas en dirección a sus cimas; por otra parte existen servicios de guías de montaña en la población para quienes pretendan adentrarse por accesos menos conocidos o más exigentes.

El centro de la ciudad viene marcado por una comercialísima (realmente impresionante) vía peatonal. Riadas de visitantes y autóctonos la recorren en ambos sentidos a todas horas del día. Esa noche, la concurrencia se distribuía entre los múltiples bares de esa calle para asistir por los televisores al partido de fútbol más importante de la temporada a nivel continental: Manchester United y Chelsea se disputaban la final de la Champions League. El bar que escogí yo para no perderme el encuentro contaba con la presencia de un ruidoso (¿cómo no…?) grupo de hinchas ingleses del Manchester. Mediado el primer tiempo, era ya tarea casi imposible el no perder la cuenta de las rondas de cervezas que los muchachos estaban pidiendo. Cuando Cristiano Ronaldo marca de imponente testarazo al borde del descanso, aquello parecía la toma de Constantinopla por los turcos. Después, el silencio y palidez de sus rostros (..pese a los litros de fermento de cebada ingeridos per cápita) se adueñó de ellos tras el empate de los londinenses y, más aún, durante la prórroga y el comienzo de la decisiva tanda de penalties. Pero cuando el capitán del equipo rival, John Terry, resbaló justo en el momento de conectar su disparo desde los once metros, propiciando la victoria de los muchachos de rojo, la algarabía y estruendo de sillas por el suelo y jarras de vidrio por los aires que se sucedió en el bar a continuación hizo torcer más de un gesto a los sufridos encargados del establecimiento. Cuando yo ya salía hacia la calle tras la entrega del trofeo, y según pude divisar desde el exterior a través de los ventanales del local, seis o siete de los enfervorecidos seguidores reds brincaban y bailaban de pie sobre las mesas que habían ocupado durante la retransmisión, para desespero de las camareras y demás responsables del bar…


· VARSOVIA















La capital polaca va a ser el escenario definitivo de este periplo mío de cuatro meses por una buena porción de este planeta mundo. Casi no me creo que la cosa esté ya dando sus últimos coletazos..
Llego de noche, tras todo un día de buses desde Zakopane, con transbordo de nuevo en Cracovia. Y lo paso regular para encontrar alojamiento: en el hostel que había seleccionado previamente (sin reservar, eso sí) me dicen que está lleno. Pero desde allí me hacen el favor de llamar por teléfono a otro no muy lejano, donde sí pueden reservarme un espacio para una sola noche. “Bueno, son más de las diez y media; tendré que quedarme con ello y mañana será otro día...”

Varsovia fue una de las ciudades europeas que más sufrió durante los días siniestros de la II Guerra Mundial. Ya en 1.940, y con presencia nazi en el país desde el primer día del conflicto, medio millón de judíos (no sólo polacos; también checoslovacos, y otros trasladados desde Austria y Alemania) fueron desposeídos de sus medios económicos y derechos humanos, y relegados a un barrio concreto y céntrico de Varsovia, que quedó aislado del resto de la ciudad constituyéndose en el famoso ghetto. La población del ghetto había aumentado con más incorporaciones dos años después, pero durante ese 1.942, la hambruna y las epidemias la fueron diezmando considerablemente. Un año después, Himmler, dirigente de las SS, ordena arrasar el ghetto. Esta decisión conlleva la gestación de una rebelión organizada por la sometida población del ghetto. No parecía quedarles otra salida ante la seguridad de muertes rápidas y masivas, o más ralentizadas y agónicas en los espantosos campos de concentración. Con el comienzo del asedio, decenas de miles de judíos pierden sus vidas en la lucha, o poco después en el hacinamiento de campos como Treblinka y Lublin. El ghetto queda casi completamente devastado al final de los ataques. Un modesto porcentaje superviviente de su población logró establecerse en la parte aria de Varsovia; incluso cientos de familias se las apañaron para resistir en los derruídos restos originales del ghetto hasta el final de la guerra.

Hoy, el Monumento a los Héroes del Ghetto, en el centro de la ciudad, rinde homenaje a los caídos en aquel Levantamiento de 1.943. Ironías de la existencia, la piedra que rodea y enmarca las esculturas fue un encargo de Adolf Hitler; la había hecho traer en su día de Suecia para erigir un arco de la victoria.















En agosto de 1.944, Varsovia fue casi completamente arrasada. Eran días ya de presencia aliada soviética en la ciudad, cuya aportación no pudo impedir la devastadora acción de la maquinaria bélica nazi.
Después de la guerra, se procedió a la reconstrucción del centro de la ciudad, la Old Town (Stare Miasto), manteniendo el aspecto y color originales de los edificios históricos de lugares como la Plaza del Mercado (la “Puerta del Sol varsoviana”) y sus alrededores.
Actualmente, la Old Town es el centro turístico de Varsovia por excelencia. Su encanto y poderoso atractivo, junto a la prosperidad de los innumerables comercios y restaurantes que hoy pueblan sus calles, difícilmente llevan al visitante a suponer lo que un día fue y vivió este lugar. La UNESCO declaró el Stare Miasto Patrimonio de la Humanidad en 1.980.












Es mi última noche en Varsovia, y última del total de mi viaje. Sábado 24 de mayo. Con mi último amigo ‘cosechado’, Massi, transalpino lombardo y compañero de alojamiento, nos vamos de farra por el centro de Varsovia. Se dice por aquí que los mediterráneos somos “cotizados” por estas latitudes entre el género femenino; que están hartas de tanto rubio clónico.
Bueno, en principio ni Massi ni yo semos demasiado rubios…

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