14.8.08

9. Africa Eterna (I): Mozambique

15 de Abril







Recorrer de sur a norte durante un par de semanas, en medios terrestres locales, un país como Mozambique es echarse sobre la chepa una sobredosis de vida en estado puro; una experiencia por las bravas totalmente sin tamizar.
Tenía yo curiosidad por profanar este rincón africano. Me lo imaginaba en general notablemente diferente a otros países que ya conozco del este del continente negro. No sé.., el tema del aún no muy lejano final de la larga guerra post-colonial; la cosa de encontrar africanos 'falando português', esa famosa vida costera...
Y nada, lo que me he encontrado es de nuevo un país que es pura esencia africana. Como Uganda, como Tanzania. Donde la conjunción del paisaje (no hay continente más espectacular que éste, con esa luz del día y esas puestas de sol que sólo se ven aquí) con el colorido de sus gentes (...no es un chiste fácil), conforman un espacio en el que la existencia late "sin compasión" por las cuatro esquinas como si cada segundo fuera el último.

















Recorrer Mozambique en transportes públicos es una de las mejores formas de mezclarse y tratar con los autóctonos. Y no lo digo por el "apelotonamiento" obligatorio a que te ves sometido en tales medios, aunque, desde luego, esta 'circunstancia' también contribuye lo suyo. Aquí, el medio más habitual de desplazamiento entre poblaciones, incluso alejadas entre sí, son mini-furgonetas conocidas genéricamente como "chapas", donde si oficialmente hay 22 plazas, acabamos entrando no menos de 33 ocupantes. Y por supuesto, ninguna de ellas sale de su punto de origen hasta que se haya completado totalmente -con esas 'creces'- su "aforo" correspondiente. Si hay que esperar, se espera lo que haga falta, en Africa el tiempo no importa; a nadie se le pasa por la cabeza que eso pueda suponer un inconveniente... Además, el negocio es imperativo más que en ningún otro sitio: hay que rentabilizar al máximo el espacio disponible; no es posible permitirse el lujo de salir sin haber vendido hasta el último centímetro cuadrado que pueda ser ocupado por algún pasajero.
Y después, ya en camino, se reproduce invariablemente una de esas escenas que sólo ocurren en este continente, al menos en semejante magnitud. Se trata del momento de las paradas, al llegar a pequeñas poblaciones desperdigadas a lo largo del trayecto, donde algunos pasajeros se apean y otros suben a sustituírles. Es ése el trámite aprovechado por decenas de lugareños en cada sitio para ofrecer en venta, a traves de las ventanillas del habitáculo rodante, cualquier tipo de mercancía imaginable, normalmente comidas y bebidas, que esperan sean solicitadas por los viajeros. Y comienza la peculiar algarabía, con el apiñamiento y vocerío de los ocasionales vendedores en torno a los laterales de la "chapa" de turno, con los brazos extendidos acercando hacia las ventanas botellas de refrescos, bandejas con frutas, dulces o comidas cocinadas (alas de pollo, pescados, huevos crudos...), ¡a veces incluso animales vivos! (gallinas, cabritos..), o cualquier otra clase de útiles variopintos (cinturones, camisetas, correas de relojes..).












Las transacciones correspondientes (entregas de género, recolección de dinero, a veces incluso regateos improvisados) ocurren a través de las ventanillas con una destreza y habilidad sorprendentes, a pesar del enjambre de brazos y mercancías que se apiñan en tan limitado espacio. Y es de señalar la honradez incondicional de unos y otros: si alguien pide algo, el vendedor se lo va a entregar antes de ver una sola moneda, y si el bus ya empieza a ponerse en marcha y queda pendiente la entrega del cambio al comprador, el que está abajo correrá a la par del vehículo mientras busca y reúne las monedas que le debe al de dentro, cuando perfectamente podría salir corriendo hacia el lado opuesto. (Aparte que esto último estaría fatalmente visto en Africa; aquí hay como en pocos sitios la sensación de estar todos en el mismo barco que elimina la posibilidad de circunstancias como ésas..).








Y qué gentes más amables, estos mozambiqueños...! (sé que me pongo ya algo pesadito con la cosa de la simpatía de los lugareños por todos los países por los que transito en este viaje, pero, jobar, si comparamos la habitual predisposición del personal en Nicaragua, o en Myanmar, o en Filipinas o en Mozambique, con las caras de acelga o de mala uva de los "parroquianos" en la línea 6 del Metro a las 7,45 de la mañana, pues no sé, la cosa como que clama al cielo, viene a ser el tema...).
























Por si alguno habéis transitado alguna vez por Mozambique, indico las escalas que he realizado por el país: Maputo (-capital- ciudad mucho más inocente en general con respecto a la idea que yo traía, por las historias de lugar peligrosillo que se oyen a veces)- Inhambane (pequeña y tranquila ciudad plagada de vestigios coloniales portugueses; muy grato lugar) - Praia Tofo (meca de buceadores) - Vilankulo - Gorongosa (aunque el Parque Nal. estaba cerrado todavía, por las lluvias) - Quelimane (espantosa ciudad) - Nampula - Ilha de Moçambique ("Herencia Cultural", ruinosos restos coloniales portugueses, pero seguramente el lugar más pobre por el que he transitado en mi vida) (*)- Nacala - Pemba (curiosa vidilla costera)- Mocimboa da Praia (aquí me reencontré con dos españolitos tras dos meses y medio -desde los primeros días en Yangon- sin rastrear ni uno).
(*) Ilha de Moçambique, pequeña isla unida al ‘continente’ por un pequeño istmo artificial, de un par de kms. de largo, es uno de los lugares más sorprendentes que he conocido en el conujunto de todos mis viajes. Una vez allí, sentí la sensación de estar en una especie de reducto único, especial, distinto a todo… casi otro planeta. No es fácil explicar con palabras un lugar así; con esa mezcla de la decadente herencia colonial portuguesa (tuvo que ser fascinante, décadas atrás), la clara huella swahili, ya casi en la frontera con Tanzania, y lo dicho, la tremenda miseria de sus habitantes (que, desde luego, no escatimaban una sola sonrisa). Así que me apoyaré de unas cuantas imágenes para tratar de ofrecer una semblanza lo más aproximada que pueda ser:










































Lo que más me llama la atención de este sufrido continente es comprobar cómo el tiempo no parece pasar por él, o en él, al menos a un ritmo que pueda compararse al del resto del planeta. Venir a Africa, como bien dice Javier Reverte en su "Vagabundo...", es viajar hacia atrás en el tıempo. Aquí los engranajes de la vida se articulan mediante esa peculiar cadencia que parece resistirse a modificar sus patrones más arraigados.





Hace ya trece años que me asomé por primera vez al continente negro, cuando debuté en el mundillo de la cooperación sanitaria y anduve tres meses y pico con los ojos como platos en los campos de refugiados ruandeses en el este del antiguo Zaire. Desde entonces, mi fascinación por esta tierra me ha hecho regresar siete veces más. Y en todas ellas, esa sensación de eterna repetición de las pautas primigenias e incondicionales de la existencia se revela siempre como la circunstancia más llamativa: esas escenas rurales de viviendas humildes de barro, cañas y techo de ramas, esparcidas en los márgenes de las carreteras en todas partes, con los adultos medio ociosos y los niños revolcándose por la tierra; o las de las mujeres transportando madera, agua o cualquier otro bulto en perfecto equilibrio sobre sus cabezas; lo ya referido sobre la compra-venta a través de las ventanillas de los furgo-buses; los miles de enanos siempre "enlatados" sobre las espaldas de las madres (o mamando un rato en cualquier sitio en cuanto empiezan a berrear); esas miríadas de personas transitando por los bordes de las carreteras (a menudo, niños de corta edad), como en mitad de la nada, alejados de cualquier punto habitado; la típica vestimenta de las mujeres...

No me resulta fácil imaginar que tras muchos lustros o décadas más, hacia el futuro, alguno de estos factores haya podido ir cambiando lo suficiente.






















Siempre se lo digo a mis más allegados (o lo hago extensivo para quien quiera escucharme): creo que todo aquél que pueda permitírselo debería viajar a Africa al menos una vez en su vida. Lo más probable es que suceda o una cosa, o su opuesta: es decir, o no desear volver nunca más (conocí algún caso), o engancharse y no sacarse ya fácilmente de la cabeza este continente (conocí casi todos los demás). Si además puedes aprovechar para visitar alguna reserva natural de fauna, entonces sus paisajes, vegetación, olores, luz del día y sonidos de la noche se grabarán en tu memoria indeleblemente y "te tocará", poco a tu pesar, y prácticamente con toda seguridad, formar parte para siempre del segundo de los "clanes" aludidos.
Pero lo que nunca conocí fue alguien a quien Africa le resultase indiferente.



























3 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por introducirme al maravilloso continente áfricano, del que me aferro a tus comentarios de enamoramiento con sus gentes llanas, sencillas y sonrientes, sus paisajes, su habitat y su color. Lo más cercano al paraiso que soñamos los humanos esta en África con todo lo que la envuelve.

Regresare más veces, como ave migratoria del norte al sur.

José Luis

Carla Dickinson dijo...

Yanko, no sé si verás este comentario. Te felicito por tu viaje y por tu forma de relatarlo tan amena y cautivadora.

Suerte en todo, y si sigues viajando sigue con el blog!!!

Un saludo

Lugan Wx. dijo...

Lo he visto, Carme, casi un mes más tarde, pero aquí estamos..
Gracias por tu elogio; seguiré viajando, claro (..y con especial interés por Africa).
Ahora echaré yo un ojo también a tus blogs...